La deshidratación es una alteración que sufre nuestro organismo como consecuencia de la pérdida excesiva de agua (diarrea, fiebre, vómitos, excesiva sudoración, etc.), la insuficiente ingesta de líquido, o ambas. Dependiendo del nivel de pérdida de agua que presente el organismo, podemos llegar a distinguir hasta tres tipos de cuadros clínicos asociados con casos de deshidratación: leves, moderados y graves.
En la mayoría de los cuadros clínicos de pacientes que presentan síntomas leves de deshidratación, una adecuada rehidratación, ingiriendo pequeñas cantidades de líquido de forma frecuente, acompañada de reposo suelen ser medidas más que suficientes para frenar los síntomas de la deshidratación.
Sin embargo, los casos moderados y graves de deshidratación pueden llegar a provocar un gran número de efectos secundarios sobre el organismo, afectando al adecuado funcionamiento de diferentes órganos del cuerpo y llegando, incluso, a provocar la muerte, en casos muy extremos. Por ello, conviene estar alerta y adoptar todas aquellas medidas que ayuden a prevenir la deshidratación, especialmente, con los colectivos más vulnerables, como son lactantes, niños, embarazadas, personas mayores y algunos enfermos crónicos, los cuales, requieren de mayores cuidados y atención.